jueves, febrero 10, 2011

Tras de la ventana


Sentado, mirando desde la ventana de mi oficina, de esa oficina inexistente, desde este balcón que pocas veces se abre como el viejo balcón de mi habitación al que pocas veces me asomo. Apenas puede verse la existencia de días vacíos en un puñado de días difusos. Difusos como el recuerdo de una borrachera, del recuerdo de un ebrio al que a nadie fastidia.

Mirando la infancia rota y perdida entre los jardines de un jardín hoy desconocido, mirando también otras infancias como muñecas caídas, sin manos y sin pies, sin ojos, heridas de muertes sobre la hierba seca de unos amores que ya no están y que a veces aparecen como estrellas fugaces preguntando por mí, para abrazarme, tocarme, robarme un beso y decirme adiós.

Nada es fácil a la mitad de la vida, cuando todo parece diluirse sin explicación, cuando una ráfaga de pena se ha llevado el último grito de felicidad, cuando han venido de nuevo a buscarte las sombras temibles del ayer.

Los últimos años se van por una calle sin mí, oigo sus pasos pero no los puedo ver.