sábado, junio 10, 2006

VENDRAN LOS DIAS Y TENDRAN TU ROSTRO





Nada pudo diciembre contra el semestre tuyo.
Nada el sol silencioso contra tu sombra hablada.
Desde el fondo de todo
Lo que tengo
Me faltas.

CESAR CALVO.






Esta será mi venganza:
Que un día llegue a tus manos el libro de un
poeta famoso y leas estas líneas que el autor
escribió para ti
y tú no lo sepas.

E. Cardenal





I

Te vi sumergida en la tarde
Cuando estaba hundido en la tristeza.

Tus manos fueron dos largas avenidas por donde mi sombra abandonó la ausencia.

Te había visto desde mi ventana
Atravesando las horas de la tarde
Con gotas de lluvia detenidas en el aire

Como granizada helada en medio de la noche fría
Con tus veinte años
Y más venidos con el sueño.

Frágil como una libélula de agua,
Tenue como la sombra de un ave
Que vuela en rito
En círculos enormes
Buscando inerme su última morada.

Sumergida estabas en el centro de la tarde,
Los racimos de tus labios
Sumergidos en eneros

Tus ojos infinitos, tus manos atando adioses
Y una larga avenida
Arrastrando tardes de distancia.




II

Sólo para retener tu mirada
Desarmé la navidad de mi silencio

Sólo para encontrarte en mi mañana
Inventé la segunda huída a Egipto

Tu voz aprisiona mi alma cuando la oigo,
Tus ojos son dos estrellas en el centro de mi pecho.

Ya no sé
Cuándo besé tu alma por primera vez,
Ya no recuerdo,
Ya no recuerdo la primera vez que firmé tu tarde

Con tus manos detuviste mi pena
Cuando una estampida de angustia me seguía
Y
Empecé
A darme cuenta
Que tus sueños eran estrellas en mi firmamento.

Sólo para retener tu sonrisa
Te busqué en el cielo más oscuro de mi vida.


Sólo para oír tu voz
Penetré en las negras calles del destino.

Mañana inventaré el retorno

Tus ojos de estrella brillan en mi noche

Y aunque no entiendas
Que la tarde se ha caído en una catarata.

Esta tarde que hemos vuelto
He sentido tu adiós feliz como un te quiero.
Voy a regresar a buscarte entre la lluvia
Sin tener que inventar huidas a Egipto
Por segunda vez.

La próxima tarde huiremos al silencio a donde el murmullo de los días
No pueda tocarnos.

Sólo si quieres oír el canto de mi sangre
Sólo si quieres tomar al viento de la mano
Sólo si quieres parte de esta noche
Que ha empezado a incendiarse con tus ojos.




III

Tus ojos persiguen a la luna
En esta noche azul

El patio de la casa está ausente
Entre tus ojos tristes.

De tus manos brotan palomas blancas
Hasta el cielo.

Si no estuvieras
Como habría de amarte

Quizás te inventaría
Paloma blanca entre los valles

Tan lejos, te buscaba, tan lejos
¿de dónde iba a saber que te hallaría?
Si en enero
Aún tu voz no nacía a mi mañana.

Tus ojos persiguen a la luna en esta noche
Mis ojos se hallan con el llanto en el silencio

Tu ausencia está tan cerca de mi pecho
tan lejos de tu ausencia.



IV

Llueve en el silencio de esta noche incierta
Tus pasos distantes han de retornar al cielo
Donde te espera el cansancio inmenso
De un día envejecido por tus horas muertas.

A lo lejos se escucha el rumor de la noche
El eco lejano de la vieja avenida,
Tú a este tiempo has de estar dormida
En otros mundos desde aquí puedo verte.

La noche es fría y más fría al saber
Que tus ojos dormidos han huido al río
A buscar el agua en donde beber
El último llanto de mi amor en rocío.

El silencio inmenso en todos los rincones
Hay armonía en toda esta noche vacía
Que me contempla inmediata y con melancolía.
Mañana has de volver a tus aflicciones

Duérmete y sueña con la tarde sola
Cuando en mayo vimos la primera estrella
Cuando en mayo encendimos la vela
Y el amor llegó de lejos como una ola


La noche inmensa sigue su camino
El silencio más grande cae sobre el ruido
Yo estoy solo, tú no estás conmigo
Han dado las doce, sé que te has dormido.






V


Te vi en un sueño
Como un presagio de delirio
Tus ojos negros aún no me veían

La noche más enorme cabía entre mis manos
La lluvia más larga era una sola lágrima.

Mañana entenderás
Que cuando el amor nos llama

El ayer se sumerge en una estela blanca.



VI


He vuelto a oír tu voz en medio de la tarde
Confundida entre el murmullo

Ya no puedo negar que me has hecho naufragar
En este mar hecho de días

Ya no puedo mentirme ni negarme
Tus ojos me arrastraron del naufragio

Mañana otra vez la calle resucitará al mundo,
Esta noche ha empezado a morir

En la mesa permanecen inmóviles
Las flores muertas de alguna primavera.

No puedo negar que has empezado a habitar en mí
Como un viento fresco de otoño.

Toda tu inocencia recorre por mis venas
Cuando te veo y el mundo todo se transforma.

Toda la tierra gira y gira
Cuando me veo en tus ojos y veo tu vida.

Mañana otra vez volveré a llamarte
Para sentir la vida toda en medio de la tarde.


VII

Al final de la calle hay una puerta
Mas allá, después
Una reja,
Después,
Un candado
Después,
Tu ausencia...

Y este enero solo sin tus manos
Con mi abandono y mis preguntas.

Doce y diecinueve, frío silencio
Nadie ha preguntado cómo me siento.

Al final de las horas hay un silencio
Más allá después
Una pregunta,
Después un vacío,
Después,
Tu ausencia.

La noche nace y muere
Y tu no estás conmigo.


Los días van y vienen
Y hoy aún no te he visto.

Afuera el viento sopla
En medio de la noche.


Nadie ha vuelto a preguntar por mí
Nadie ha vuelto a mirar mi pecho herido.

La noche crece y muere
Tu voz es una catarata de silencio

Mis palmas son caminos
Que abrazan tu destino.

La noche grita y llama
Y tú no estás conmigo.

Tus manos se han llevado
Todo mi universo

El viento grita y calla
Ya no puedo callar cuanto te quiero.

Si después, cuando resucite la mañana
Aún
Más allá
En medio del silencio
Te sigo amando con las hojas de este enero
Buscaré en la tarde
Las horas que he perdido
Tus ojos, tu risa, tu voz
Todo...
Todo lo que he perdido

Al final de estos versos
Hay una calle
Por ella te vas tú
Por ella me voy yo
Y tú
No estás conmigo.





VIII


Mil años antes, mil años atrás
Cuando tu casa era un campo sólo
Yo era un gorrión en él

La única calle era la mañana
Y el único regreso era la tarde

Cómo pasan los días
/Las palabras desaparecen en el murmullo/

Tu primera risa
Alumbró una mañana a Cajabamba

Yo gorrión,
Ya te sabía
Esperaba tu llanto primero
Y lloraste

Pero fue un llanto feliz

Te diste cuenta que estabas viva

Mil años atrás yo ya te quería
Mil años atrás yo ya te veía

El tiempo y los años... una mañana
Ahogaron tus días
Y con ellos nació tu belleza.

El tiempo ahogará las flores
Envejecerá los mapas tornándolos amarillos
Irreparablemente.

El tiempo puede ahogarlo todo

Pero no podrá ahogar un amor de mil años
Porque mil años antes de tu mirada
Cuando el tiempo era joven
Yo igual que esta noche,
Yo
Ya te quería.




IX


Desde ayer te he buscado
En las miradas inciertas de los niños

En cada gota de lluvia
Que vuelve a la tierra como un llanto del alma

Y te encontré sentada en medio de la vida

Quizás a esta hora
Estés sentada entre papeles de oficina y llamadas apuradas de gentes que se van
Por pisos con olor a petróleo,
Entre trajines cotidianos.

Quizás en el reloj las horas avancen inmortales
Frente a tus días de soledad
Y recuerdes que cuando niña
Eras una pastora en el día de navidad.

Quizás a esta hora
Huyas en silencio de los gritos de la calle
(Sabes que tus ojos
han dejado de ver las estrellas como antes)
y busques el silencio que tanto amabas.


Desde ayer te he buscado
En el vuelo de las palomas atravesando la ciudad

Y aún en cada eco del retorno
De un niño cansado de jugar

Y te encontré en el centro de mi alma
Dormida por la tarde cansada de llorar.


X


Eres un helecho
Dormido en el centro del jardín
Los grillos cantan distantes

Las rosas de la tarde se han dormido
Para siempre.

El aguacero hace vibrar mi alma,
Una mosca ronda en la ventana
Sus últimos momentos de vida.

El último gorrión ha cantado en silencio

La voz de la noche grita desesperada.

Sólo la luna puede verte a través de la ventana.

Mis manos alcanzan tu respiración.

Eres un helecho húmedo en medio del jardín,
Los grillos apagaron ya su canto.

Las rosas de la tarde son parte de la noche,
Han muerto para siempre.

El aguacero más fuerte aprieta mi alma
La mosca en el alfeizar
Yace junto a la ventana.

El último gorrión se ha quedado dormido.

La noche ha callado inundada de silencio.

La luna ya no puede verte por culpa de una nube.

Mis manos ya no alcanzan tu destino.

Abro mi alma y callo, siento que te has ido.




XI



Tus ojos guiaron la huida a Egipto
Tus manos desempolvaron un laberinto
De días marchitos.

Tus ojos alumbraron a los reyes magos
Cuando aún perdidos
Buscaban al niño.

Fue hace más de dos mil años
Cuando habitabas con las hadas
En lugares infinitos.

Antes de que en este mundo
Cargues con expedientes marchitos,
Antes de que atravieses juzgados y oficinas
Con sabores tristes.

Antes de que una mujer ciega
Te tome de la mano
Y te pida cruzar la calle
En medio del otoño.

Cuando todas las hojas de los árboles
Caían,
Cuando todas las hojas de tus expedientes
Caían.

Cuando alguna lágrima secreta
También caía
Llevándose en tu misterio un trozo de tu vida.

Tus ojos guiaron mi propia huida
Dos mil años antes
Que inventes mi propia vida.

Tus ojos alumbraron mis días negros
Cuando aún perdido
Buscaba encontrarte en mi camino.

Antes que estos versos existan
La noche breve de tu mano perdida.
Antes de conocerte ahora
Dos mil años antes
En una huida a Egipto
Ya te había conocido.




XII



Vendrán los días y tendrán tu rostro
Vendrá un nuevo día con tu traje azul.

Los ayeres quedarán en medio de la nada

Vendrán los días, cargando racimos frescos
Y atravesarán el patio preguntando por ti.

Los ayeres se evaporarán al infinito.

Vendrán los días que nos fueron negados
Libres de angustias y carceleros.

Los ayeres se esconderán con la noche para siempre.

Vendrán los días y tendrán tu rostro
Traerán alas amarillas para enseñarnos a volar

Y los pasos retornarán a tu quinto piso gastado y solitario.

Nuestros muertos horizontales desde sus tumbas
Traerán su alegría como una ofrenda final.

Vendrán otros días
Y aquellos que dejamos apenas si volveremos a recordar.

Digo que una mañana
De aquí a miles de instantes
Cuando los niños jueguen con cometas de papel,
Cuando las manos del ayer no puedan tocarnos
Una columna
Detenida en el cosmos
Será una casa de barro o de cemento
Llena de perfiles tiernos
La que abrigue nuestros cuerpos cerca del mar.

Digo que una mañana
Cuando amanezcamos al pan tibio
Cuando los niños duerman su sueño matinal
Y
Los
Perros huyan
Con el sol de la mañana
Será una ciudad enorme
Cuando la mañana bostece en el frío del cristal

Digo que vendrán los días y tendrán tu rostro,
Tendrán el rostro de niños hoy desconocidos
Hijos de las tardes que guardamos,
Hijos ajenos a esta noche de enero
A este frío nocturno que tanto duele
A este silencio que aún mi pecho no entiende
A este eco de los días que se esconden en tu voz.



Digo que vendrán los días y tendrán tu rostro
Y tus trajines de mujer planchando días,
Dormida entre papeles de angustia y oficina.

Digo que vendrán los días y tendrán tu rostro
Con los hijos hoy ausentes
Jugando a esconderse tras las cortinas.

Digo que vendrán los días y tendrán tu rostro
Ese rostro blanco
Y vendrán las tardes a mirar por la ventana
Con sus rayos de sol ya sin calor
Y las noches oscuras
Encendidas por las luces de la ciudad.

Digo que vendrán los días y traerán tu rostro
Para siempre.




XIII


Bajo Tu piel el tiempo es un enigma,
Las horas te contemplan inmóvil
Cuando desde tu ventana tu mirada cae
Cae tu mirada hasta los pasos que retornan
Y no hay retorno que me haya traído

Desde esa altura inmensa
La silueta de la tarde se desvanece,
Los pinos y cipreses fraccionados por el tiempo
Son triste arbustos cercando tu vida.

Bajo tu mirada el mundo es pequeño,
La sombra de los días
Son pájaros muertos
Caídos en las veredas.
La calle que te conduce exacta,
Las escaleras que te aguardan mudas,
Un quinto piso al que llegan las palomas,
Al que llegan las tardes inmensas
Y pobladas de sueños
Un quinto piso al que se llega
Subiendo una escalera fría.

A veces un auto sin nadie te lleva
A veces tus pasos te vuelven a la tarde
A veces una sombra póstuma de alguien
Que como yo en estas seis de la tarde te acompaña.



XIV



Por la calle corre el agua de una lluvia fría

La muchacha provinciana
Que llegó de lejos en autobús
Con maletas deshabitadas se ha callado.

Han quedado deshojadas sus tardes del valle
Desde hoy habitará en jardines de cemento,
Entre muros de concreto y luces de neón.

Donde el hombre
Husmea su vida en basurales
Escarba buscando un pasado feliz
Entre trozos de papel y envases descartables,
Entre días descartables,
Entre amores sucios
Que ninguna lavandera tenderá al sol.

Quedaron ausentes las tardes del hogar
Donde la madre y el padre
Alimentaban el hambre con motes geométricos
Unas latas de leche apiladas esperan
Y unos sacos de arroz
Para alimentar las mañanas solitarias del invierno


Este mundo con horas de 40 minutos
Con días de veinte horas
Con años breves de sudores y cansancios
Un mundo infeliz lleno de avenidas.


Quizás recuerdes el pan blanco de tu mañana
Y tu desayuno feliz hoy menos feliz
Cuando la puerta de tu ayer tenía otra sintonía
Al cruzar la madre al regresar.

Soledad de altura, de manzana inalcanzable,
Soledad rodando por las gradas
Hasta llegar ensangrentada al parque
Ya sin rosas ni claveles.

Porque en esta ciudad apurada
La gente ignora a los seres minúsculos
Y caminan quebrando sus tallos tiernos

Porque en esta ciudad llena de semáforos
No se puede cruzar la calle en silencio.

Simplemente porque en esta ciudad
Las maletas deshabitadas se han llenado de soledad.

Esta ciudad llena de gente
Es en realidad una ciudad sin nadie

Y esa muchachita tierna
Cruza la ciudad entera
Cruza su ayer, su mañana, su hoy
Su lunes, su viernes
Sus pétreos días de amargura
Hasta llegar a sus clases de inglés.

Y también aprendió
Que la gramática inglesa a su lado
La hace mas bella
Y también,
Como ella, una muchacha tierna
Tiene que vivir en este mundo
Con sus maletas deshabitadas y llenas de tristeza
Y soledad.




XV



Dan las seis de la mañana
Por tu puerta se han ido las horas dormidas

(Una bandada de pájaros cruza tu ventana)
Los autobuses cruzan la calle
Con un dolor de cabeza que ha empezado
A matarlos,
Los asientos más viejos y más sucios
Lloran depresiones poseídos por la mañana,
El sol de esa hora apenas tibio
Lo ilumina todo.

Los panaderos hacen sonar su corazón
Montados en angustia de calles
Cubriendo con un mantel blanco su vida entera
Como cadáveres de hombres.

Las beatas cruzan los atrios
Envidiando la locura de los ebrios
Que aún no se han dado cuenta que ha llegado la mañana.

Yo he despertado a la distancia y te pienso
Y tu recuerdo sangra como una herida
Al abrir las ventanas también atraviesan las palomas.


Más allá colgado en un ropero
Mi traje vacío herido de ausencia.

Más allá una corbata me amenaza
Con quitarme las mañanas de tu vida.

Han dado las seis exactas,
Solo el espejo se ha dado cuenta
Que ya no somos los mismos,
Ni los panaderos, ni las beatas, ni los autobuses,
Ni las palomas que surcando la mañana
Cruzan las ventanas.

Han dado las seis y por tu puerta
Se han ido las horas dormidas de tu noche.

De tus ojos, de tus manos
Y del ayer que envuelto en retazos de angustia
Se ha ido otra vez para siempre.




XVI



A tu ventana han llegado los días,
Este invierno cada vez más frío
Me ha preguntado por ti.

Esta hora que huele a geranio
Se ha quedado más vacía

Una rosa sobre la mesa te extraña irreparablemente
Sabe que no has de venir

Esta cama inmóvil,
Esta luz
Un ladrido lejano reniega a la luna

El miedo trepa a mi garganta,
Ha empezado a ahorcarme.

La rosa empieza a morir de pena,
La puerta quiere abrazar esta ausencia.

Tu sombra detenida en mi recuerdo
Y tu recuerdo marchito en la pared
Clavado como una mariposa

Clavado por el beso tierno del adiós.



XVII



En esta tarde tus ojos infinitos
Detuvieron el tiempo

Otra vez me atrapaste como a un insecto
Entre tus manos blancas.

Tus manos tiernas que hicieron mis calles
Por donde huía en mis días atroces.

Un plato de comida en nuestra mesa,
Un plato,
Un plato devorándose la tarde inmensa
Más inmensa con tus ojos contemplando el tiempo.

Un plato chacarero
Que toda nuestra hambre no pudo devorarse.
Un plato chacarero
Que toda la tarde no pudo devorarse.
Un plato chacarero
Que nuestros ojos no han podido devorarse.

Desde recónditos lugares
Unos nidos de aves distantes
Cuelgan del cielo como iconos lejanos.



Y unas moscas
Se han propuesto derruirnos la paciencia
Tus manos blancas las espantan
Y espantan mis penas
Y espantan mis angustias más tristes

Y el miedo a tu adiós también se va con ellas.

Y las horas huyen
Vano intento el de detenerlas.
Y las horas huyen
Con este día que ha empezado a marchitarse inevitablemente
Y las horas huyen con nosotros
Hasta exterminar todo vestigio de la tarde.



XVIII



Tu enorme soledad de quinto piso
Un edificio con cuencas vacías.

Una columna de concreto
Llena de ventanas que dan a la tarde.

Esa tarde pensativa
Que te sorprendió mirando la ventana
Antes de tus seis de la tarde
Para llegar a la iglesia.

Tu enorme soledad de quinto piso
Cinco pisos,
Cuatro pisos,
Tres pisos,
Dos pisos,
Un piso
Hasta llegar a la calle solitaria.

Por donde cruzan los perros callejeros con abrigos de tristeza.

Si después ya no nos vemos
Cuando mires al infinito desde el piso cinco
Acuérdate de este enero,
Acuérdate de mí
Junto a tu soledad de quinto piso.



XIX



A tu abuela
Hoy envuelta en el perfume de un ayer evaporado.

A tu dulce abuela, de tu abuela dulce
Un cura se enamoró una tarde cualquiera

(Me lo contaste un día
En medio de los trajines silenciosos de las horas
Cuando un niño te apuntaba con una pistola de juguete
Y yo temía
Que en su inocencia pudiera lastimarte)

La amaron con locura
Y seguramente
Desdeñó ese amor sin ruido ni balcones
Aunque nunca lo dijera
Y aunque nunca la hayan vuelto a amar así.

Al final sólo ella lo sabía.

Si la agonía de aquel hombre
Que moría de amor ahogado en una sotana.

También sería su agonía
Cuando llegó el otoño a llamar a sus ventanas.

Sólo ella lo sabía
Y sus tardes de té en infinitos recuerdos.

Sólo ella lo sabe
A esta hora que ella duerme eternamente
Ya sin amores.

Ya no importa.
Porque hoy envuelta en el perfume de un ayer evaporado

Ya para qué
A quién puede importarle.

Que baste con que fue amada,
Que baste con que los años la otoñaron.

Que baste con que hoy dormida sobre la muerte
No debe importar si la amaron de verdad
O si la amaron como debían amarla
O si el amarla era un pecado

No la hacía pecadora el ser amada.

(Qué culpa tienen las palomas de volar con alas blancas,
No tiene culpa la cucarda de ser amada por las aves)

Que importa,
Fue feliz, vivió y fue amada

Quizás hoy a la tarde asomen otros amores
En otros caminos
Y sin tomarse de las manos
Puedan amarse sin tocarse.
Vivir, ser felices y ser amados en medio de la tarde.



XX



De todo lo vivido
De cuanto se ha soñado
De todo lo reído
De cuanto se ha llorado.

Al final todo es pasajero
Al final no hay nada eterno.

De las idas y venidas
De las vanas esperas
De los retornos y las despedidas
De los días más largos y de las noches enteras.

Al final nada es duradero
Al final nada dura todo el tiempo.

De las penas más amargas
De los llantos más tristes
De las alegrías más largas
De los momentos más felices.

Al final el río sigue su camino
Al final todo tiene su destino.
Si no fuiste una rosa en mi tarde
Pudiste ser una estrella en mi cielo

Si no fuiste una lágrima en mi mejilla
Pudiste ser una alegría en mi vida.

Sino fuiste un silencio en el centro del ruido
Pudiste ser un grito en el vacío

Al final todo cambia indefinidamente.
Después de una noche negra
Una mañana blanca te espera

Después de la calle más larga
Siempre otra nueva empieza.

Tus ojos en la mitad de mi alma
Siempre serán dos estrellas

Contemplando desde un quinto piso
La noche del mundo pasar.

Al final el haberte querido
No implica que me debas amar.

Al final todo es pasajero
Al final no hay nada eterno
Al final nada es duradero
Al final nada dura todo el tiempo
Ni el siempre, ni el nunca, ni el jamás
Al final el mañana también nunca llega
Al final lo único que ha llegado ha sido este final.

CUENTOS




El último duende


José echó a correr. Había encontrado junto al pozo, un diminuto hombrecito de sombrero rojo. Aquella historia fantástica que el viejo Herminio una vez le contó, se había tornado en una increíble realidad. No, no puede ser cierto, aquel hombrecito no existe; es sólo el resultado de un espejismo, el sol está muy fuerte esta mañana, pensó.
José estaba alelado, apenas podía dominar su miedo. Sin embargo quiso convencerse y escondiéndose entre los maíces, se fue acercando lentamente hasta el viejo pozo, evitando las hojas secas y hasta el agitado sonido de su respiración; no había más ruido que el melancólico lamento del viento. Claramente podía oír los acelerados latidos de su corazón. Despacio... paso a paso hasta llegar al saúco. Tras él aparecería el pozo.
-¿Seguirá el duende ahí?-
- ¿Y si me encanta?-
- ¿Y si me ahoga en el pozo?- se preguntaba temeroso.
Fue estirando el cuello, despacio, con un movimiento casi imperceptible, tardó mucho en aparecer. Sus negros cabellos primero, su frente, sus cejas ralas, despacio... fueron apareciendo sus ojos. Tenía sus pupilas turbadas, sus ojos tenían un aspecto vidrioso, enormes, abiertos al máximo, dispuestos a captar toda imagen y movimiento.
Dios mío! ¡no me equivoqué!- -¡no fue un espejismo no fue el sol! –
En la pirca del pozo, meditabundo, ajeno al mundo que lo rodeaba, se hallaba un diminuto hombrecito inmóvil. Tan pequeño como un dedo meñique.
José no podía creerlo, se limpió los ojos una y otra vez y aquel hombrecito seguía sentado, sumergido en sus pensamientos.
José distinguía nítidamente cada detalle de la indumentaria de aquel minúsculo hombrecito; vestía un traje verde ceñido perfectamente a su cuerpo, unas botas que parecían ser de cuero; tenía la piel blanca y los cabellos canos, que contrastaban con su tupida barba y sobre la cabecita de aquel ser tan particular y regordete había un sombrero rojo que le hacía sombra a su blanquecino rostro.
Que extraño, el abuelo le había dicho que los duendes no podían estar mucho tiempo bajo el sol, y este en cambio ya llevaba buen rato expuesto al sol.
De repente, aquel hombrecito se había recostado en la pirca, pudiendo apreciársele en toda su magnitud; no debería medir más de cinco centímetros, era tan pequeño y tan extraño.
José lo miraba sin hacer ruido, parecía que por fin se había quedado dormido, estaba tan quieto que parecía una piedra, esta vez el sol le llegaba en el rostro, por lo que José pudo ver desde su escondite sus rubias pestañas que brillaban como el oro.
Está dormido, ¿y si lo llevo para que lo vea el abuelo?, no, mejor traeré al abuelo, pero si el duende se marcha, mejor lo llevaré con el abuelo.-
Nuevamente José se acercaba hasta el diminuto hombrecito sin hacer el menor ruido, pisaba el suelo con la más sutil delicadeza economizando hasta el más mínimo movimiento.
Era increíble tenía frente a él a un verdadero duende tendido sobre una piedra, acercó su mano hasta tomar al pequeño entre sus dedos.
Pero... ¿Qué sucede?, no se ha despertado- . Le dio un jalón de su verdusco traje y el hombrecito seguía inmóvil, tan quieto como una roca.
¡Está muerto! – Gritó José con Angustia, tomó el camino de regreso apresuradamente, tenía ansiedad por llegar hasta la casa. Qué lejos le parecía ahora, apenas apareció ante él la ancha pared de la casona empezó a gritar desesperado.
- ¡Abuelo! - -¡Abuelo!-
El abuelo corrió hasta la puerta sobresaltado, al oír los gritos desesperados de su nieto.
-¿es que te has vuelto loco?-
-¡Abuelo!- -¡Abuelo!- mire esto, explicó mientras extendía la palma de su mano
es un duende que se durmió en la pirca del pozo-
- ¿Qué tonterías dices?- Respondió el abuelo incrédulo a las afirmaciones del mozalbete.
Todo ese escepticismo se envolvió de silencio de repente, cuando José le extendió la mano con el pequeño hombrecito en ella.
Aquel anciano no podía dar crédito a lo que veía, era un hombre tan pequeño que hasta tuvo miedo de tomarlo entre sus dedos. El viejo estaba mudo, perplejo, tratando de ordenar cada idea, hasta poder entender lo que estaba sucediendo.
- Lo encontré en el pozo, tomaba el sol y luego se recostó en la pirca-
Que extraño, los duendes no pueden permanecer mucho tiempo en el sol, y al contrario prefieren los lugares oscuros- repuso el anciano quien había escuchado lo mismo de su padre y su abuelo, cuando le solían contar historias sobre tan singulares hombrecitos.
Tal vez le haga falta un poco de agua- murmuró mientras lo tendía en la mesa y con una cuchara le derramaba agua fresca en su pequeño rostro.
El hombrecito se reanimaba, tenía los ojos cerrados, sus pestañas empezaron a vibrar, sus pequeños labios se estaban moviendo. Estaba hablando. Ambos se acercaron aún más para poder escuchar aquellas palabras.
-Todos se han ido, ya no queda nada-
Un silencio pausado por murmullos leves y sin sentido continuaron. Habían pasado dos horas de esas palabras, cuando el hombrecito se incorporó atolondradamente como despertando de un mal sueño, de una horrible pesadilla.
Una mirada inquisitiva se clavó en los ojos de los dos espectadores, el hombrecito se había dado cuenta que estaba en poder de ese par de humanos, sin embargo, parecía resignado.
-¡Maldito sea el que me trajo aquí y no me dejó morir!- gritó con indignación.
El abuelo y su nieto se miraron sin atinar a decir nada. El pequeñín había hablado y estaba furioso.
-¿quién de ustedes cometió tremenda imprudencia?- indagó el hombrecito dirigiéndose al niño y al anciano que lo miraban sin alcanzar a comprenderlo.
-Se ha vuelto loco, tal vez es un pequeño demonio al que le quitamos la oportunidad de regresar a su infierno, ¿estará borracho? ¿acaso los duendes beben?-
-Disculpe usted pequeño amigo- se dirigió el viejo al duende. -Pero creo que usted es un mal agradecido o un orate sin sentido.
-Te atreves a llamarme loco, desdichado vejestorio, después de negarme la oportunidad de morir-
-Eso es lo que no entiendo diminuto buscapleitos, te hemos salvado de que mueras por el efecto de ese sol al que ustedes no pueden soportar por mucho tiempo; y nos llamas imprudentes- -¿cuál es la razón para que un hombrecito como tú busque acabar con su vida?-
Un gran silencio invadió el ambiente, el hombrecito se había callado, no respondía, tenía la mirada extraviada, una lágrima se deslizó por su mejilla hasta perderse en su pequeño traje. Estaba llorando.
-Oh, lo siento discúlpame, he sido un imprudente-se disculpó el anciano
-No, no hay nada que disculpar, soy yo quien se debe disculpar, por llamarle vejestorio e imprudente, en vez de dar gracias, por salvarme la vida-.
-Un silencio ligero nuevamente interrumpió la charla-
-Soy el último duende de una gran población. Vivíamos felices en el cerro más alto, hasta que un día se oyó una gran explosión, enorme... murieron muchos, cientos de mis hermanos aplastados por las rocas, fue el hombre quien causó toda esa explosión, buscadores de oro que abrían una mina que luego de unos años abandonaron. Entonces nos fuimos al bosque, mucho tiempo vivimos ahí, entre el aire fresco de grandes robles y hierba verde, hasta que el hombre llegó y fue cortando cada tronco hasta convertir el bosque en un lugar podado por la muerte, ni los pájaros se quedaron ni se oyó más el viento. Un día lo poco que quedaba de aquel verde bosque fue incendiado y con él nuestras secretas moradas y sus habitantes; murieron casi todos, quedamos sólo algunos. Era entonces el bosque un gran carbón que daba miedo mirarlo. Fue horrible, los pocos que quedamos buscamos el campo, donde vivimos por algunos años, compartiendo el campo con los hermanos sapos, los hermanos gusanos, las hermanas hojas, la hermana tierra; hasta que un día llegó el mal hermano, el hombre, y en su afán de sacar oro de la tierra contaminó el agua con sustancias desconocidas y uno a uno murieron mis últimos hermanos, fui el único desdichado que se quedó con vida. Cuando los hallé a todos muertos quise morir yo también, fue entonces cuando pensé en el sol, sería él quien acabaría con mi pena. Pero llegaron ustedes, y ahora estoy aquí recordando lo que la vida y el hombre me quitó-

Con un suspiro concluyó el hombrecito mientras se limpiaba las lágrimas que humedecían su rostro. Había sido injusta la vida con él; tenía una sombra de tristeza en su mirada.
¡Cuánto lo siento hombrecito, lo siento de veras... Pero no es bueno que seas tú el que disponga de tu vida, debe ser Dios quien lo haga y para que te convenzas te leeré un pequeño párrafo de este gran libro que se llama la Biblia-.
¿Acaso me consideras un ignorante?, he leído la Biblia más veces de las que tú puedas imaginar-. Protesto el pequeñín
- ¡Increíble! ¿Sabes acaso leer?- Interrogo el anciano con sorpresa.
- ¡maldición! ¿Acaso tengo la cara de un analfabeto?- He leído más libros de los que tú puedas leer en toda tu existencia. Shakespeare, Moliere, Cervantes, Homero-.
Pues bien ¿entonces que sucede contigo?, si leíste la Biblia parece que no entendiste absolutamente nada.
La entendí perfectamente... sólo que no es fácil resignarse a veces-.
Nada es fácil pequeño amigo, sin embargo veo que eres fuerte y que no volverás a intentar una cosa semejante, apeló el viejo Herminio pasándole el índice por los diminutos y escasos cabellos del hombrecito.
El pequeño duende tenía la mirada fija en el vacío, se había callado nuevamente.
-¡Juguemos ajedrez!- interrumpió el hombrecito, dirigiéndose hacia el tablero que se hallaba perfectamente instalado a su lado, en la misma mesa en la que él se hallaba. El pequeño José miraba asombrado al abuelo.
-¡No me diga que usted sabe jugar al ajedrez!- Exclamó el niño con enorme admiración.
- ¡Bah- Dijo el duendecillo haciendo un gesto de petulancia – Lo aprendí hace tres siglos, cuando un grupo de españoles jugaba en la vieja casona en la que vivíamos-. Agregó mientras se paseaba por el tablero recorriendo cada una de las casillas, examinando cada pieza, era tan pequeño que apenas le ganaba en altura a un peón.
- ¡que corcel tan original!- concluyó, refiriéndose al caballo que parecía tener vida.
- Necesito subirme a algo para tener una visión adecuada- protestó luego el hombrecito, a lo que el abuelo respondió trayéndole tres grandes libros a los que apiló para luego hacerle subir sobre ellos..
Bien. Así está mejor. ¿estás listo para perder?- preguntó con ironía el hombrecito. El viejo Herminio lo miraba por entre sus tupidas cejas mientras limpiaba cuidadosamente sus anteojos.
Bien, bien, mueve el peón de rey a la casilla cuarta, por favor - señaló el duende que había tomado las piezas blancas.
Y cómo se llama nuestro pequeño amigo?- inquirió el viejo mientras realizaba los primeros movimientos.
-Francisco, Francisco es mi nombre- repitió el hombrecito muy concentrado - ¿ y el tuyo?
-Herminio y el de mi nieto es José-
-¡Herminio! Ja, ja, ja que gracioso nombre-
De hecho aquel pequeño ser no era muy amable. La partida continuó sin más interrupciones que las que hacía el duendecillo para cantar sus jugadas, las que el viejo Herminio ejecutaba con inmutable precisión.
De repente el silencio y la quietud del ambiente fueron quebrados por una risita singular y contagiosa.
-¡Mate! - Ja ja ja ¡qué manera tan ridícula de perder!- Repuso el duende que había ganado la partida sin problemas. Herminio tenía la mirada fija en el tablero, contemplando tan humillante derrota. Se había puesto rojo, tan rojo como el sombrero de francisco, el duende.
No debiste tomar el corcel, caíste en una típica celada, en la misma que cayó Almagro cuando jugaba con Pizarro-
- ¿Es que tú los conociste acaso? Inquirió desconcertado el abuelo.
Claro que sí, pude ver a los conquistadores desde el techo de la casa en que ellos jugaban, eso fue hace mucho tiempo, estaban de paso por aquel lugar, fue una gran lección. Recuerdo que Almagro se puso furioso y sacó un objeto de oro y se lo dio a Pizarro. Era un choclo hermoso, todo de oro, brillaba como el sol. Deben ustedes saber que nosotros los duendes, vivimos muchos años, siglos, hasta cinco siglos.- prosiguió
-¿Y luego qué? – preguntó José impaciente.
Luego de los cinco siglos todo acaba, es como un sueño del que ya no despertamos jamás-
-¿Y cuantos años tiene Usted?- inquirió de nuevo el niño.
El hombrecito pensó un momento y fingió luego una sonrisa.
No moriré aún, sólo tengo trescientos años- dijo con una tristeza escondida tras su sonrisa al mismo tiempo que balanceaba sus piernecitas como si fueran el péndulo de un viejo reloj. Así nació una gran amistad entre aquel trío tan desigual. Un duende, un anciano, y un niño. El pequeñín vivió desde entonces junto a ellos, ellos a su vez aprendieron mucho del hombrecito tan sabio y tan culto, de hecho era una eminencia en letras y en casi todas las ciencias.
Una mañana llegó noviembre, estaba más frío y más triste que de costumbre. El cielo estaba colmado de densas nubes que ennegrecían la atmósfera dándole un tono triste. El viejo Herminio se levantó tan contento como de costumbre cuando una vocecita lo llamó muy bajito.
-Herminio, viejo-Herminio se acercó presuroso hasta la pequeña cajita llena de algodón en la que dormía el pequeño duende.
-Hoy cumplo años, viejo- murmuró el hombrecito débilmente, recostado en su lecho.
-¡Grandioso, grandioso, festejémoslo!- repuso el viejo Herminio emocionado.
-¿Es que no entiendes acaso?-
-Hoy es mi último cumpleaños-
-Hoy he cumplido los quinientos- sentenció con tranquilidad el duende.
-Pero si tú...- titubeo el anciano con ternura
-Sí, sí, te dije que tenía trescientos- interrumpió-Pero es que no quería decirles la verdad, hasta que llegara el momento. Y el momento ha llegado-
Un manantial de lágrimas brotó de los ojos del viejo Herminio, el niño aún dormía. El pequeño hombrecito cerró los ojos y dio un suspiro tan sublime como el viento del alba. Su rostro estaba extrañamente sonrosado en ese día. Afuera la lluvia caía.


Otra casa de cartón




A ti: No te odio porque el odio es un sentimiento y yo por ti ya no siento nada.



Habían dado las dos de la madrugada cuando el ruido de un motor alertó a Javier, quien aún se mantenía en vigilia impresionado por sus recuerdos. El ruido de las llaves en la puerta anunció la llegada de Claudia. Otra vez él se dio una vuelta en la cama y fingió dormir en profundo sueño. Los pasos se fueron haciendo más cercanos hasta llegar a la habitación. La luz se encendió iluminándolo todo; esa blanquecina luz del fluorescente molestó al pequeño Ernesto que dormía plácido en una cama contigua de la misma habitación; su cuerpecito giró mientras de sus labios brotaban incomprensibles diálogos talvez producto de su dulce sueño. Claudia quedó mirando con detenimiento la escena, el padre y el hijo dormían a plenitud; se quitó los zapatos con alivio y encendió el televisor. Javier fingió despertar súbitamente, con los ojos entreabiertos preguntó: -¿qué hora es?-
-La una- respondió Claudia mientras se desvestía. Él pudo ver su blanco cuerpo desnudándose, pero una sensación extraña lo invadía; después de cinco años de matrimonio sentía temores que lo doblegaban, cinco años de casados, siete años de amor antes del matrimonio, doce años que se le escapaban de las manos, la familia se desintegraba, el niño aún muy pequeño para todo esto. -¿cómo te fue?- Preguntó impacientándose por tan corta respuesta.
-Bien, fue una bonita fiesta- Y se envolvió en las frazadas dándole la espalda. Él sabía que hacía tiempo las cosas se habían deteriorado, desde que Tata apareció en sus vidas todo tomó un matiz diferente, Tata era una mujer a quien Claudia conoció en el hospital, en su trabajo de enfermera. Tata trabajaba en cosas administrativas, era una técnica en servicios contables, costeña, acriollada, de piel oscura y rasgos hombrunos, fea, muy fea para ser mujer. Empezó por las acompañadas nocturnas de regreso a casa; cuando salían del hospital iban juntas hasta la casa caminando en amena parla, esos acompañamientos nocturnos se hicieron cotidianos, eternos y Javier fue siendo desplazado imperceptiblemente, fue cediendo terreno lentamente. Cuando él decidía ir a recoger a Claudia de su trabajo, iba a esperarla donde siempre, en la esquina frente al hospital, en el mismo lugar donde la esperó por años pero inevitablemente siempre encontraba a Tata esperando, siempre se le adelantaba. Luego empezaron las visitas a la casa con más frecuencia cada vez. Pero el hastío desbordó cuando Tata fue despedida del hospital por reducción de personal y se quedó sin empleo. Las visitas a la casa se fueron prolongando, hasta tomar el día entero y parte de la noche. Javier empezó a analizar con detenimiento la conducta de Tata, se reía como un camionero, su voz era fuerte y socarrona, gustaba fumar y llenar crucigramas, siempre vestía de pantalón, nunca la vio usar una falda; en vez de cartera usaba una mochila y sus zapatos semejaban los de un militar en marcha de campaña.
Sus sospechas fueron alimentándose más con las salidas nocturnas de Claudia y Tata
- Son compromisos de trabajo- le decía Claudia,
- tú puedes venir si quieres- argumentaba.

Una noche Javier sabía que Claudia saldría a una fiesta con Tata. Se preparó y quiso sorprenderlas. Cuando Claudia regresó del hospital se acicaló con pulcritud, se contemplaba en el espejo mientras se maquillaba.
- Esta noche iremos juntos – Prorrumpió él. Ella fingió tranquilidad y sonrío.
- ¿qué te pasa ahora?- Interrogó disgustada.
- Nada. No es nada, es que quiero ir esta vez a la fiesta- añadió con una falsa sonrisa que trataba de ocultar el torrente de dudas y temores.
A las diez en punto Tata llegó en un taxi a recoger a Claudia, esta vez tendrían un acompañante extra, Claudia y Javier subieron al carro; el automóvil atravesó la ciudad hasta el lugar indicado donde sería la fiesta. En el fondo de su alma Javier abrigaba la esperanza de la existencia de la fiesta y así fue, la casa existía, también la fiesta, el grupo de enfermeras compañeras de Claudia y Tata estaban en una amena fiesta. El número de hombres era reducidísimo para el número de mujeres que habían en el salón, sólo cuatro hombres y más de veinte mujeres, esa desventaja numérica de géneros era aprovechada por Tata como el cazador que encuentra una manada de presas. La fiesta prosiguió, Tata bailaba feliz con Claudia, con Rita, con Andrea la chiquita, con Lisbeth, con Nimia; fumaba como un condenado y daba alaridos de felicidad.
Las sospechas se confirmaron, la conducta de Tata tenía mucho de hombre, un hombre estaba atrapado en ese cuerpo enteco y aberrante y luchaba por salir desesperadamente. El ron aumentaba su euforia y sus carcajadas rebotaban atrozmente en las paredes hasta desaparecer por las ventanas que daban a la calle.
De regreso a casa las cosas parecían evidentes ya no había dudas, Javier habló con Claudia sobre la conducta de Tata. Claudia aceptó que Tata tenía algunos arrebatos anormales que a nadie le hacían daño. Inocuos al mundo circundante de ambos.
-Ella es así, alegre, es su forma de ser- respondía abrumada por las interrogantes; una vida infeliz era el preludio de la vida de Tata, un abandono temprano en su niñez, la había dejado a expensas de unos tíos. Los primero años fue aceptada como la sobrina desamparada, encargada de hacer los mandados y la limpieza de la casa a cambio de la comida, mas luego, cuando su desviación fue descubierta, los tíos que hacían alarde de un catolicismo arraigado en la familia la echaron en el acto, aquella tarde que encontraron seduciendo a Nanita, la más hermosa de las hijas del tío Rigoberto; el acto colmó de ira y de repugnancia al viejo quien no dudó en lanzar las pertenencias de tata a la calle. Ahí empezó el éxodo de Sonia que era su verdadero nombre, le llamaban la Tata porque gustaba tararear canciones criollas, música a la que amaba y con la que más de una vez dio sonoras serenatas a sus potenciales víctimas, las que pese a su fealdad encontraban cierto agrado en su compañía, otras veces la manera de acercarse a las candidatas para su desviación era la simple propuesta de comer un pollito a la brasa, el método le resultó eficaz y muchas veces le dio espléndidos resultados, sin embargo también tuvo muchas negativas a sus bajas propuestas, por eso Tata se había convertido en un ser cauteloso y reservado.

Javier empezaba a quebrarse. Los días y las sospechas se fueron uniendo en un triste desenlace, mientras Tata ganaba espacio, Javier algunas noches llegaba borracho o de madrugada, cansado de seguir viviendo una mentira. Tata, mientras tanto empezó a habitar la casa cada vez con más frecuencia. Un domingo Javier entró de improviso a la cocina y encontró a Tata abrazando a Claudia por la espalda, acariciando sus pechos con vehemencia, mientras sus labios unidos se besaban con pasión; su respiración se detuvo, su cerebro sintió un extraño adormecimiento, sus piernas a duras penas
se mantenían erguidas.
Ellas se dejaron. El silencio fue absoluto. Javier volvió al cuarto donde el pequeño Ernesto miraba el Chavo del Ocho, lo encontró con la cabeza pegada a la pantalla, intentando entrar a la vecindad.
-Papito, quiero entrar a la vecindad del Chavo- dijo el niño sumido en el llanto por el vano intento del televisor. Los dos se abrazaron, fuerte, muy fuerte y pegaron las cabezas a la pantalla para ver si podrían, esta vez juntos, entrar a la vecindad definitivamente y para siempre.



Floripondio



Germán había crecido pensando que los gatos y las tías eran la realización de los seres humanos. Llegó a pensar que después de ser niño se convertiría en una vieja renegona y posteriormente en un gato para finalmente acabar convertido en un árbol de Floripondio. Y creía que la vida era así porque a sus once años su vida estaba marcada por un puñado de tías vetustas que le daban un cariño singular. Algunas veces lo utilizaban para los mandados a tiendas cercanas y otras para limpiar y refregar los pisos. No lo querían mucho. Pero sí amaban a sus gatos, felinos bien cuidados que recibían todas las atenciones de sus amas, eran tres gatos los que colmaban su existencia, no eran de raza. El infortunio para Germán y la buena fortuna para los felinos les habían hecho caer en esa morada donde encontraron todas las comodidades para establecer su hogar. Finalmente el Floripondio, árbol frondoso de aspecto greñoso y descuidado pero de irresistible perfume, cada día puntual a las cinco de la tarde como mágico sortilegio emanaba su clamoroso perfume, aroma que a esa hora se convertía en un canto de sirenas, ese perfume llamaba a las tías con un mudo lenguaje, ellas puntuales despercudían sus tejidos del día anterior y sentadas en las bancas de su jardín empezaban a aspirar ese denso perfume que las inundaba de felicidad.

Una de ellas cierta mañana llegó del mercado con un loro en una cesta, desde entonces el animal empezó a habitar la vieja casona. Mordía las hojas del árbol con timidez al principio, finalmente mordió una flor una noche, descubriendo con sorpresa las propiedades de aquella roja campanilla. Empezó a reír con las alas abiertas hasta caer de la copa del árbol al suave césped, ese fue el inicio de la debacle, de su caída brusca y vertiginosa, del destierro definitivo. . Luego de descubrir el alucinógeno efecto que este le producía, subía a él todos los días a comerse las flores y profería chillidos escandalosos y horrendos. Germán lo contemplaba con entusiasmo, en silencio, con una complicidad ornitológica, nunca le pareció prudente ni necesario comunicar el hecho a las tías o a su madre. A veces en la soledad de los domingos por la tarde, cuando la casa se quedaba vacía por el éxodo de sus habitantes a la misa, Germán y el loro compartían las rojas campanillas del floripondio y ambos reían desconsolados con los ojos desorbitados y amarillos, enfermos de reír. El loro entonces se sentía un mamífero, cuadrúpedo, un humano feliz. Germán se sentía un ave trepadora y en su mente escalaba cada recoveco del árbol hasta llegar a la cima para volver al suelo en un lento descenso de audaces caídas. Los gatos desde su soledad los contemplaban con pasmo, envidiando esa fugaz felicidad que los inundaba.

Un día cuando Germán fue al colegio el loro trepó al árbol con parcimonia hasta llegar a devorar una flor para luego entrar en trance y empezó el bullicio, sus neuronas en ebullición; fatalmente aquella tarde fue descubierta por la tía Genara, la más cucufata y moralista, la más escandalosa y cruel. Cruel también fue el castigo al que el lorito fue sometido. Fue sumergido en una tina de agua helada, el castigo fue público en la casona, los gatos paseaban inquietos observando de reojo el desenlace de la tragedia del loro fumón y drogadicto. Las tías lanzaban anatemas y sermones al ave pecadora que podía acarrear la desgracia a la familia entera por tan reprochable conducta. La Santa Inquisición, quedaba corta ante el cuadro dibujado por la ira y el temor aquella tarde de agonía.

Cuando Germán regresó a casa el loro estaba aturdido en un rincón de la entrada, temeroso y triste, su verde plumaje húmedo y revuelto lo mostraba como un guiñapo ridículo y abatido, era la imagen de un espantapájaros más que la de un pájaro multicolor. Las tías pusieron a Germán al tanto de la infamia mientras cenaban. Él no dijo nada, no podía confesarles que compartía esa secreta afición y optó por el silencio, mientras su conciencia le mostraba sobre la sopa el reflejo de aquellos días de interminable felicidad masticando esas dulces flores.

Desde entonces ambos fueron más cautelosos. Las reuniones para inhalar el perfume del pecado se convirtieron en nocturnas cenas florales después de la media noche, cuando todos en la casa dormían y los ronquidos se apoderaban de la soledad de los pasillos que conducían al jardín. Germán cruzaba el umbral de su habitación y en la oscuridad tenue de una bóveda estrellada se reunía con el ave a los pies del floripondio. Una noche inhalaron hasta el amanecer. Fueron despertados de su somnolencia por los primeros rayos del sol con el tiempo apenas suficiente para ocultarse y disimular su malestar. Sin embargo cuando Germán partió a la escuela el loro con la resaca volvió a las andadas y confundido entre las ramas del alucinógeno árbol continuó con la juerga hasta caer pesadamente del árbol, con tan mala suerte que lo hizo encima de uno de los gatos, dándole a éste la oportunidad por tanto tiempo anhelada para delatarlo de la manera más vil. El felino profirió un grito aterrador que llamó la atención de las viejas y el loro fue descubierto una vez más con la mirada desorbitada y la felicidad anidada en el interior de su alma. Esta vez el loro fue víctima de una golpiza que apenas pudo sentir por el estado en que se hallaba.

El loro fue conducido a la sala de la casa, lugar que siempre le había sido negado. Vagamente pudo ver el piso alfombrado de rojo, la inmensa lámpara que iluminaba el recinto y un olor a cedro que perfumaba el ambiente. El lorito concebía la escena como parte de su alucinación y sus chillidos felices delataban su perturbación, su goce secreto hecho público, su desgano a la vida y a las normas impuestas en ese mundo de señoritas al que no había pedido que lo llevaran.
-Loro maldito- dijo Genara con las venas dilatas por la ira – Es un mal ejemplo para mis gatos, mis mininos- Secundó Arnaldita, la más vieja de ellas –Debemos llevarlo al veterinario y que le pongan una inyección para que muera- Sentenció con frialdad Lina, la más malvada y cruel de todas ellas. El loro chilló con un graznido de espanto que alcanzó hasta las casa vecinas. Si se hubiera tratado de Gaspar, el macho felino que servía a sus gatunas mascotas lo hubieran atemorizado con cortarles las testes, pero tratándose de un pajarraco esa amenaza hubiera sido inútil, no hubiera causado ningún efecto, por ello la sentencia era cruel.

Sin embargo no llego a cumplir la fatal promesa. Pero el ave fue desterrada para siempre, obsequiada a una familia amiga que no poseía un árbol de floripondio. Los primeros días el loro desesperado en la soledad de nueva vivienda lanzaba graznidos desesperados y casi humanos, después en contados días su mirada se marchitó y su cuerpo tembloroso empezó a morir. Una mañana amaneció muerto sobre el frío cemento del pequeño patio que lo recluía, sólo así volvió a ser libre.

Cierto día cuando las tías viejas de Germán empezaron a sospechar que este se había vuelto un extraño vegetariano al descubrir unas flores de Floripondio en sus bolsillos cuando estaban a punto de lavar sus pantalones, prefirieron no correr riesgos y llevaron a un jardinero para que corte el viejo árbol de floripondio que las había visto crecer y envejecer en esa casa antigua, árbol que además les había brindado su perfume por más de treinta años, aroma que las hacía silbar, cantar y reír, cada día a las cinco de la tarde. Y un serrucho mutiló la vida del árbol en pocos minutos. Extrañamente desde aquel día las viejas cayeron en el desgano, las tardes no volvieron a ser las mismas como cuando el floripondio exhalaba su aroma y las colmaba de alegría de extraña y olorosa alegría.

La casa nunca volvió a ser la misma. Pero su sospecha inicial fue descubierta tarde. Ya Germán robaba campanillas de Floripondio por las noches de los parques cercanos y también ellas empezaron a salir por las tardes de casa a los parques vecinos, a sentarse en sus bancas para sonreír y también para aspirar esa exhalación dulce que de ellos brotaba. Reían, reían mucho como el loro, como el difunto lorito que hoy a lado de su Floripondio reían desde una dimensión desconocida puesto que ahora formaban la materia etérea, de una vida distinta, de la otra vida.



La secretaria 10:00 a.m.
Jueves enero, 5


La secretaria se levanta temprano, se mira al espejo y descubre que su rostro se ha llenado de diminutas arrugas, sus ojos se están achinando con unas patas de gallo que han asomado hace poco, empieza a preocuparse por estar quedando sola en la vida. Todas sus amigas se han casado, tienen familia, esposo, hijos, una casa propia y cómoda, un auto y muchos domingos para visitar a los suegros. Empieza a preocuparse porque se acerca a los cuarenta y no ha encontrado a alguien como el resto de sus hermanas, una se casó con un ingeniero agrónomo, ahora reside en Inglaterra, Otra con un agente de bolsa y ahora vive en centro América, la otra trabaja en un banco y está casada con dos hijos. El tiempo empieza ser una preocupación. Despacio se coloca en un gancho en el pelo enredado y se mete a la ducha, el agua que la toca también sabe que su cuerpo ya no es el mismo de hace veinte años, ahora es más áspero, la piel menos tersa. Se viste, desayuna ligero y va a la oficina a dos cuadras de su casa. Su sombra en la acera tampoco es la misma, está más gastada. El asunto de vivir en una casa con las sobrinas y la madre anciana no es algo que le agrade, la pensión del padre difunto apenas da para la casa, la casa es grande y los servicios son caros. Martha camina apresurada entre la gente, su paso deja una estela de perfume caro, perfume que empieza a hacerse cada vez más caro, perfume que se va alejando del sueldo cada vez más corto. El olor de la gente le incomoda, el sudor de los transeúntes que la rozan, que la asedian con la mirada, ella se aferra a su cartera, con fuerza con ansias, está casi colgada de ella, este mundo de pobres le es hostil, talvez porque ella es tan pobre como ellos pero ella se resiste a esa pobreza, se pelea con ellas a mordiscos, con las uñas pintadas y limadas decentemente, con el chanel y con la chompa tejida lana perlita, con los tacos aguja y los zapatos de cuero que le envió la hermana de Inglaterra.

Llega a la oficina y el portero como siempre le sonríe con esa sonrisa que ella ha detestado hace siete años diariamente, esa sonrisa de indígena redimido la fastidia, la fastidia esa postura de portero ordinario, las manos atrás sacando pecho, la frente hacia arriba, con una mirada digna. No entiende como un pobrete tan grande puede tener mirada digna. Sonríe también al pasar, entra apurada, su taco tropieza en una baldosa desalineada, cada día es lo mismo, hasta el tropiezo es el mismo, la misma prisa, los mismos anatemas y las mismas ganas de casarse inmediatamente con un príncipe azul y con cuenta bancaria, no con un pobretón. Por eso no puede casarse con Toño, el hambre y la necesidad son mala dupla. Mala manera la de empezar el día, con la angustia de sentirse vieja y sola, con poco tiempo por delante.

Su lúgubre oficina llena de papeles, la vieja máquina de escribir sobre el vetusto escritorio, la sillita de esponja con forro de marroquín que ha empezado a romperse mostrando sus entrañas de un relleno corriente, barato, como todo lo que ella detesta.

El sol de la mañana entra tenue por la ventana en los rayos que caen al piso se ve con claridad los millones de partículas cayendo lentamente al recinto, ese polvo también la molesta, tener que limpiarlo cada mañana, ahuyentarlo de los muebles cotidianamente, la franela verde entre sus manos era un trozo de vida agitando sus ideas, alborotando todo el minúsculo mundo de ideas y pensamientos. Ordenó los papeles con calma, con miedo, con ira. El ruido de las bocinas de la calle le llegaba también con molestia, con gran velocidad atravesaban la ventana y llegaban a ella como la voz de su amargura que le repetía su tragedia, sus años, su anticipada vejez.

-¿Un café? - Preguntaba al hombre de gris que había cruzado la puerta en espera del señor Ramírez. El hombre de gris había inundado la habitación de un fuerte perfume, su terno impecable lo delataba como alguien importante, su rostro bien afeitado adivinaba una suavidad mágica y el reloj en su brazo relucía al igual que su sonrisa.
-No, gracias- Y sentado esperaba auscultando minuciosamente los cuadros colgados en la pared, la Gioconda con su sonrisa enigmática, la ventana con su rayo de luz atravesándola, los millones de partículas de polvo que se filtraban desde la calle. El negro piso encerado y gastado. Una voz desde la radio hablaba del precio del dólar.




CALLECITASOLA



Ausencia de otoño

Después de la prisión
El musgo se había extendido
Por cada grieta del alma

Y el camino de ayer se cerró
Y
No
Hubo
Tiempo
Para recordar.

Sin embargo
Aún te recuerdo
Y
Aún a veces
Como en esta tarde te sueño
Sentada al filo de la tarde
Al borde de tu pena
Y tu lenguaje incontenido.

(Muy malo para una profesora de literatura como tú,
Seguro que a esta hora que te pienso
Hablas de verbos y gerundios
Con tu invariable lenguaje)

Ya no esteas (me decías)
Y hoy
Ya no estoy.


Te recuerdo ahora al filo de mi pena, al borde de mi tarde
Y tu casita triste
Por la que retorno diariamente.

No sé por qué esta tarde te recuerdo
Embriagado de tristeza y de silencio.

No voy a llorar
Porque ya he llorado
Pero no voy a negar que te recuerdo
Y
Aún
Ahora después de tanto tiempo
De tanta ausencia y silencio
Todavía te quiero.




Tu mesa sola tras la puerta también sabía que en el Perú no se podía vivir

Tu mesa sola tras la puerta
Una banca eternamente solitaria,
Un piso de tierra
Y tu chompa azul,
Tus cuatro años de universidad,
Tu curiosidad por Sienkiewicz
Y una página mecanografiada.

(Vuelvo a recordarte a media vida
Transparente)

Sabíamos que no podíamos tenernos
Y nos tuvimos tantas veces.

Sabías que la gente era una larga mirada
Por las calles del regreso
Pero yo era feliz
Amándote en una mesa sola
Y la gente era calles interminables de miradas.

Pero yo era feliz
Amándote en mi noche.

Y querías conocer Lima la horrible,
El mar,
Sus calles malolientes con olor a hurto,
Con olor a orines,
Sus jirones y precipicios,
Sus deprimidas avenidas,
Sus playas convertidas en basureros.

Y
Todas esas cosas
Que
Nunca conociste.

Sabías que no se podía vivir en este país,
Sabías que el año era largo
Más largo que las avenidas,
Más largo de lo que podías soportar
Y
Aprendí a quererte
Porque yo
También lo sabía
Y
A veces
Comíamos panes tibios
A dos cuadras de nuestra calle.
(Esa callecita donde viejas amarillas
Escondían sus rostros tras sucios tejidos
Que nunca crecían)

Ahora
Que la vida se va complicando
No puedo evitar el recordar
Tu mesa sola,
La banca,
Tu preocupación
Porque sabías que en el Perú no se podía vivir
Y te dolía.

Por eso nos comíamos la noche
A dos cuadras de una callecita triste.

De una calle sola.




Sienkiewicz estrujado


Tenías veinticinco años
Y cincuenta años guardados en tu tristeza
(Mujer
De ayer,
Como te recuerdo a esta hora deprimente de la vida)

Recorríamos las mismas distancias
Vacías
Y

Después
Jugabas a ser feliz
Porque en el fondo
Eras una niña grande
Y triste
Con tu chompa azul
Y tus muslos blancos
Y cincuenta soles
Que no eran suficientes
Pero,
Nunca
Lo decías.


Porque sabías bien que en el Perú
No se podía vivir.


Cuando fue ayer
Y
Las
Vecinas de la calle
Tejían sus tejidos inacabables
Y nosotros salíamos
Con libros y cuadernos
Para acabar siempre bajo la noche
Y en
Silencio

(Como te recuerdo)

Y no tenías nombre
Y besabas la noche
Y no había metáfora en tu palabra
No había verbo exacto
No había tiempo
Sólo había silencio.

Y cincuenta soles lejanos
Que eran para el pan y el autobús
Amargos días salados,
Sopas de nada y de tristeza

(Porque en el Perú nunca se pudo vivir)

Si estuvieras hoy
En esta noche vacía
Profanaríamos todos los rincones
Aunque miren las vecinas desde sus torres
Y atalayas,
Aunque sus ojos nos condenen
Y sus murmullos nos persigan entre llaves apuradas
Y remiendos de silencio.

La noche era joven
Y yo te amaba.

La noche era virgen
Y tú me amabas.

Y nosotros éramos
Dos insectos apareándose
En la nocturnidad de la luna
Sobre una hoja amarilla de Sienkiewicz.

Hoy quisiera decirte
Que me estoy muriendo
Que me duele el ojo izquierdo
Y mi fosa izquierda
Que me duele el lado izquierdo de la vida.

Te extraño
Y las tardes de angustia
No terminan mi dolor
Nada desata esta pasión que te llama
Porque me sé de memoria
Tus lunares,
Tu cansancio.


Y te extraño,
Extraño tu chompa azul
Y tus manos blancas
Palomas de mis tardes en que aún era libre

Profesora de literatura
Con tu verbo esteas.

Hubiera sido mejor
Morir en los abismos de tu beso

Pero
Estamos solos
Tristes
Y
Lejos,
Lejos.

VENTANAL NOCTURNO AL VIAJE DE UNA BARCA



A un hombre distante: Mi padre.



I Son never forgets..



PESCADOR MINERO

Cuando la tarde cubierta de niebla
Cubría el puerto como una estela
Él llegaba en autobús
Después de atravesar el ruido de la ciudad
Para hacerse a la mar.

Las mareas querían alcanzar las estrellas
Como queriendo inventar otro destino
La abuela aguardaba rezando
Por la barca hecha a la mar
Anchovetas,
Era la década del sesenta,
El Perú era la anchoveta,
Los días y los ebrios eran una larga fila de anchovetas
Aguardando la luz.

Papá no fue marinero,
Fue pescador
Hasta quitarle al mar la A, la R
Y quedar en minero
Coronado de metales y tristeza.

Ahora cuenta sus domingos
Tendido frente al sol.

Papá pescaba anchovetas
Y el patrón ganaba cinco soles por tonelada.

Y un día se cansó de buscar vetas en el mar


Y las buscó en la tierra
A tres mil novecientos metros sobre el nivel del mar
Y las halló.

Ahora yo busco la veta
En el centro de su corazón.

Él se llenó el cuerpo de piedras
Hoy las lanza a la tarde
Y recuerda los años sesenta pescando en el mar

Anchovetas y tardes muertas.
La abuela ya no está,
Yo lo miro desde la ventana
Él aún sueña
Con la vida del mar
Y callado se pone a pensar.

PLAYA

Mi padre pescaba mañanas azules
En una barca
Y su aliento llegaba a las estrellas

Él era un pescador
Solo
Halando redes pesadas,
El mar entonces cabía en su mirada.

Mi padre dormía en literas
Y soñaba con húmedas tierras
Soñaba con costas
Siempre negadas,
Siempre vueltas en el dobles de una esquina.

Una playa frágil
Larga estela de soledad y arena.

Una playa
Llena de gaviotas
Y húmedos silencios de fósiles batracios.


LA BARCA Y EL ROSAL

Papá antes de ser marinero
Fue pescador
Ya lo había dicho una tarde
(Cuando una bandada de sueños
Surcaba el cielo vacío)
Es difícil retener
Sus ojos hundidos en el mar
El hambre de un naufragio,
En una isla desierta
Alimentándose de los huevos de las aves
Alimentando sus tardes
De blancos cascarones
/Sólo el mar
el mar solo,
Solamente el mar
El mar solamente solemnemente
Inacabable
Como hoy mi angustia pacífica
De profundidad
De Océano Pacífico
Telúrico mar de pacífica angustia.


Fue allá en Chimbote
Cuando el muchacho blanco
Y su altura
Dejaron la piel
Y curaba sus heridas
Con aceite de anchoveta
Frente a una caleta que aún existe,
Pero ya sin sus sueños
Sin conocer el agua de antimonio
Sin saber
Que años después
Cargaría el ataúd de sus recuerdos
En una mesa de mañana.

La barca ya no está más
Se la llevó en su memoria
La abuela una madrugada.

Desde entonces le llevamos flores frescas
A la barca y a la abuela.

Aún vuelan las gaviotas
En ese mar hoy menos azul
Y en los ojos de mi padre
Surca una lágrima breve
Hasta el fondo de una barca y un rosal.

LA CALLE DE LOS HORNOS

Atravesaba el pueblo
Con doce años hasta el pan.

La calle de los hornos
Era un remedio a su soledad

Y la lluvia mezclada con su llanto
Retornaban
Al hogar sin hogar
Desde la Boggio hasta el pan de cada mañana
Con el pan sin hogar
Y regresar
Un impermeable cubría sus doce años
Y su sombra era larga entre las piedras
Que tantas veces,
Después
También lo harían llorar.



ABUELO


Fue en el hospital de Belén
Cuando el último vestigio de sus sueños
Se apagó.

Aquel hombre triste de sombrero de paño
Dejó las tardes y los regresos,
La abuela lloraba
Mientras la tarde llamaba a la puerta
Los días vacíos se anunciaban en el umbral,
Corazones vacíos
Estrellas lejanas
Bajo el manto de una noche del cincuenta.

El padre
Nunca habría de volver hasta el hogar,
El abuelo había suspirado su última ausencia.

Y aquel niño lloraba
En medio de la noche
Mientras jugaba con los dedos de sus pies
En un rincón de una noche vacía.



PERRO PASTOR


¡Ah! Minero aquel
Entrabas a la mina a la mitad de la noche,
Un perro pastor
Era tu única compañía.

Cuando dieron las dos de la mañana
Te avisaron que un derrumbe
Había callado la palabra de un hombre para siempre.

Nadie vio tus lágrimas
Sólo el perro pastor
Que tampoco hoy te acompaña.



COMUNIÓN

Una mesa de madera,
Merienda marina
Cebiches salados de mar
Sobre un mantel rayado,
Una raya decapitada
Junto a un jurel
Los limones son frescos en el hambre.

Que importa si la ciudad huele a muerte.

La harina de pescado
Da a todos de comer
La mesa también lo sabe
Y la fuente de fierro enlozado
Y el mantel rayado
Tendido sobre una mesa de madera.



PUERTO

Piedras negras de mar
Ojos de pescado,
Pelícanos aturdidos

Gaviotas abrazando el cielo,
Agua salada
Cerros de arena
Un pantano de agua dulce,
Olor a mar muerta
Ruidos de hospital

Lanchas y ajetreos
Cansancios de burdel
Mar inmensa frente al cielo
Y entre los dos una barca
Cual barco de papel.



METAMORFOSIS

Mar
Marinero
Marinero sin mar
Un día te desterraste
Entonces marinero quedaste sin mar
Convertido en
M...inero

Marinero
Ma...inero
M...inero

Minero al fin
Sin mar ni barca
En la jalca y tu soledad.


BARCO DE PAPEL

Y
Una
Sola
Barca.
Solitaria
Se hacía a la mar
Cada madrugada en la playa

Mientras la madre aguardaba con tristeza, el retorno cotidiano
El regreso del pescador hecho a la mar. Y en sus ojos
Fulguraban las lágrimas de una pena añeja
Porque sabía que la vida es frágil,
Breve y no regresa más
Breve, breve, breve
Cual barco de papel



PAPA

Lanzabas al mar
Tus días solos,
Tus tristezas
Tus pasiones
Lanzabas,
Lanzabas la amargura de unos días
No muy buenos, llenos de pobreza
De mañanas inacabables de tristeza
Lanzabas en una red tu vida entera
Tu juventud, tus angustias primeras,
Lanzabas tus penas al volver la mañana.
Después te acomodabas en tu abrigo
Como queriendo abrigarte el alma.
Y mirabas al mar como mirando
Una ciudad extraña,
Extraña y sin fin