lunes, octubre 28, 2013

Del edificio Las Moreras al vacío de esta tarde



Y volvimos a casa con las ganas de morir,

En medio de cláxones de autobuses y de tantos ruidos deshabitados de silencio.

(Atravesamos la calle cerca  a los institutos de enfermeras /Los trajes blancos siempre me perturbaron, siempre parecieron ser 

                El eco que cae sobre una mesa después de la merienda,

                        En ese momento en que las moscas empiezan a surcar ese silencio infinito, con su zumbido agrio.

Una vez una enfermera habitó mi sueño.

Otra vez fue una farmacéutica con su traje blanco y su olor a asepsia

Las farmacias siempre me sedujeron con su olor a limpio, a alcohol y Vic Vaporub,

A infancia blanca, detenida entre las líneas pintadas en una pared por una  mano infante)

Y volvimos cruzando varias calles, con puestos de periódicos que colgaban titulares violentos,

Con papeles amarillos, con ese olor indefinido…

(Otro de los olores que me atrapan, el de la tinta y el papel, el mismo olor de siempre como cuando en los ochenta envolvíamos la basura en las grandes hojas de El Comercio –con sus letras góticas- y las lanzábamos por el incinerador en el piso sétimo del edificio Las Begonias o del piso octavo del edificio Las Moreras en la Residencial San Felipe)

Y los diarios sujetos con ganchitos de ropa, ganchitos de madera, que ya no se ven como antes…

Diarios con titulares sensacionalistas, con mujeres desnudamente bellas y descaradas.

Y regresamos, pero en realidad nos estábamos yendo hacia el recuerdo,

Al olor de las farmacias y las librerías

Porqué en el primer piso del edificio Las Begonias había una librería cuyo aroma aun me penetra el alma cuando me acuerdo

De todos esos libros en la vitrina,

Como puertas que se abrían a otros mundos.

Yo quería ser un librero,

Un vendedor de libros y revistas,

Daba lo mismo si era en una librería de residencial o en un quiosco de esquina colgando con ganchitos los diarios cada día.

En esos días tenía cinco años

Casi un cigoto en los días de la vida / pero sabía que acabaría escribiendo cualquier día un poema a esos días

Y después me enamoré de una enfermera y tuve un hijo con una farmacéutica llena de melancolía.

Y hoy me he enamorado de una poeta/ en el rincón vacío de esta tarde/ la del árbol de lúcuma y de la casa gris de Celendín.

Me acuerdo de ella y de su distancia,

De la voz de su padre y de su madre después de años de ausencia,

Pidiéndome que no haga lo que ellos hicieron, es decir, abandonarla y quebrarle alma a gritos como ellos tantas veces lo hicieron…

Y la veo metida dentro de mi alma habitando el tiempo detenido de mi vida

Yo no sé qué destino hay en todo ello,

Pero sucede que a veces un letrero de neón te dice tu futuro y 35 años después las cosas se cumplen.

Como se han cumplido en mi vida.

De esta mañana solitaria en que escribo en la sala de redacción de un diario que está habitado por fantasmas, mientras al otro lado del muro unos niños juegan pateando una pelota mientras sus madres los contemplan preocupadas, porque saben que no todo el tiempo durará la niñez y un día irremediablemente tendrán que partir/


Como yo también partí un día, sin saber que al irme regresaba. Pero ahora sé mejor que nadie que no he de regresar de esta partida.