Y volvimos a casa con las
ganas de morir,
En medio de cláxones de
autobuses y de tantos ruidos deshabitados de silencio.
(Atravesamos la calle
cerca a los institutos de enfermeras
/Los trajes blancos siempre me perturbaron, siempre parecieron ser
El eco que cae sobre una mesa después de la merienda,
En ese momento en que las moscas empiezan a
surcar ese silencio infinito, con su zumbido agrio.
Una vez una enfermera
habitó mi sueño.
Otra vez fue una
farmacéutica con su traje blanco y su olor a asepsia
Las farmacias siempre me
sedujeron con su olor a limpio, a alcohol y Vic Vaporub,
A infancia blanca,
detenida entre las líneas pintadas en una pared por una mano infante)
Y volvimos cruzando varias
calles, con puestos de periódicos que colgaban titulares violentos,
Con papeles amarillos, con
ese olor indefinido…
(Otro de los olores que me
atrapan, el de la tinta y el papel, el mismo olor de siempre como cuando en los
ochenta envolvíamos la basura en las grandes hojas de El Comercio –con sus
letras góticas- y las lanzábamos por el incinerador en el piso sétimo del
edificio Las Begonias o del piso octavo del edificio Las Moreras en la Residencial
San Felipe)
Y los diarios sujetos con
ganchitos de ropa, ganchitos de madera, que ya no se ven como antes…
Diarios con titulares
sensacionalistas, con mujeres desnudamente bellas y descaradas.
Y regresamos, pero en
realidad nos estábamos yendo hacia el recuerdo,
Al olor de las farmacias y
las librerías
Porqué en el primer piso
del edificio Las Begonias había una librería cuyo aroma aun me penetra el alma
cuando me acuerdo
De todos esos libros en la
vitrina,
Como puertas que se abrían
a otros mundos.
Yo quería ser un librero,
Un vendedor de libros y
revistas,
Daba lo mismo si era en
una librería de residencial o en un
quiosco de esquina colgando con ganchitos los diarios cada día.
En
esos días tenía cinco años
Casi
un cigoto en los días de la vida / pero sabía que acabaría escribiendo
cualquier día un poema a esos días
Y
después me enamoré de una enfermera y tuve un hijo con una farmacéutica llena
de melancolía.
Y
hoy me he enamorado de una poeta/ en el rincón vacío de esta tarde/ la del árbol de lúcuma y de la casa gris de Celendín.
Me
acuerdo de ella y de su distancia,
De
la voz de su padre y de su madre después de años de ausencia,
Pidiéndome
que no haga lo que ellos hicieron, es decir, abandonarla y quebrarle alma a
gritos como ellos tantas veces lo hicieron…
Y
la veo metida dentro de mi alma habitando el tiempo detenido de mi vida
Yo
no sé qué destino hay en todo ello,
Pero
sucede que a veces un letrero de neón te dice tu futuro y 35 años después las
cosas se cumplen.
Como
se han cumplido en mi vida.
De
esta mañana solitaria en que escribo en la sala de redacción de un diario que
está habitado por fantasmas, mientras al otro lado del muro unos niños juegan
pateando una pelota mientras sus madres los contemplan preocupadas, porque
saben que no todo el tiempo durará la niñez y un día irremediablemente tendrán
que partir/
Como
yo también partí un día, sin saber que al irme regresaba. Pero ahora sé mejor
que nadie que no he de regresar de esta partida.